Antes de llegar a nuestro servicio, Mónica realizó una labor completamente distinta a la que desempeña hoy. Desde 1972 a 1974, trabajó como auxiliar paramédico en la Posta Central, misma labor que realizó durante 10 años en el Hospital Salvador (74’-84’). “Eran muy matadores los turnos”, reconoce, razón que la hizo abandonar el servicio de salud para desembarcar, finalmente, en la Superintendecia de Quiebras.
Desde el 20 de diciembre de 1984, día exacto en que Mónica llegó, ha visto cómo se ha transformado el trabajo que realiza aquí. “Antes todo este piso (el 7 y medio) estaba lleno de archivadores, y ahora está todo en un computador”, recuerda, aunque también reconoce que tiene sus desventajas. “La gente anda más acelerada y uno se cansa más”.
Los dos hijos de Mónica son su orgullo. Hace pocos meses, Javier, de 27 años, le hizo el regalo más hermoso que puede recibir una madre de un hijo: una nieta. Alanis, es la nueva regalona de ella, con quien aprovecha de “chochear” lo más que se puede. Por otra parte, Pamela, quien tiene 22 años, recibirá su título de Administración Hotelera el próximo martes, algo que la tiene más que contenta.
Pero el cuadro familiar no estaría completo sin la figura de un hombre que, según sus propias palabras, “es un pan de Dios”. Se trata de Hermutes, o “Hermutito”, como le dice cariñosamente Mónica a su marido. “No me arrepiento de nada... siempre me ha tenido una gran paciencia”, reconoce sobre su media naranja.
A pesar de los años que lleva en nuestro servicio, Mónica no se ha planteado la opción de cambiar de trabajo. “Me han ofrecido, pero no quiero. Ya estoy acostumbrada acá, a mis compañeros y, además, le tengo cariño a mi trabajo”, puntualiza. Es esta misma cantidad de tiempo que ha permanecido en la Superintendencia de Quiebras la que le ha permitido darse cuenta de un don que tiene con las personas. ““En ocasiones la gente se confiesa conmigo”, señala con orgullo.